Friday, March 25, 2005

El cristiano y la cruz - Reflexiones sobre Viernes Santo

Sebastian Kaufmann Salinas - Publicado en la revista http://www.laicosignacianos.cl

Por mucho tiempo el Viernes Santo me ha producido incomodidad. No sólo litúrgicamente, sino también espiritualmente cuando he hecho los Ejercicios Espirituales. Siempre he querido pasar “rapidito” la Tercera Semana y nunca perder de vista que si bien el Señor sufrió y murió en la Cruz, al tercer día resucitó de entre los muertos. Sin embargo, con el tiempo me he dado cuenta que la Cruz es algo más que un “accidente” de la vida de Jesús y que si no comprendemos con hondura el sentido de la Cruz nos estaremos perdiendo algo esencial del cristianismo.

¿Por qué nos cuesta tanto aceptar el misterio de la Cruz? Creo en primer lugar porque el Señor nos ha tomado el corazón y la vida a muchos de nosotros desde “otro” lugar. Al menos a mí, el Cristo que me entusiasmó y me cambió la vida es el Cristo de la acción y de la vida, aquél que dice “he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”, aquél que anuncia “yo soy la vid verdadera y ustedes los sarmientos” o aquél que es la fuente de donde mana el agua con la cual uno no vuelve a tener sed.

Creo que muchos hemos llegado así al Señor. Los mismos discípulos se vieron tocados por Jesús a partir de la pesca milagrosa, de alguna sanación, de la multiplicación de los panes, etc. Es decir, reconocieron en él al Señor de la Vida y creo que no estuvieron equivocados.

Sin embargo, Jesús desde temprano se encargó de mostrarles que él, el Señor de la Vida, pedía un seguimiento que pasaba por la Cruz. Por supuesto esto nada gustó a muchos de sus seguidores. No en vano tuvo que decir “feliz el que no se escandaliza de mis palabras” o tuvo que preguntarles a sus apóstoles si acaso “ustedes también me van a abandonar”, cuando a partir de su molesta insistencia en que el Hijo del Hombre sufrirá y será entregado, muchos se apartaban de él. San Pablo recoge esta misma actitud que despierta la Cruz cuando señala que ella es escándalo para los judíos y locura para los gentiles.

Me tardó un buen tiempo el darme cuenta que el camino de Jesús pasa necesariamente por la Cruz. Recuerdo en mis meses de noviciado que el maestro de novicios nos repetía con insistencia que la vida es dura y “dura” toda la vida. Me parecía un pensamiento un tanto amargo y decepcionante, pero como Jesús con sus discípulos, él quería desde un principio hablar claro y prepararnos para lo que vendría.

Después de muchos años, ya como laico, ahora en la soledad de Wisconsin haciendo mis estudios de postgrado, creo que se me ha dado algo de la gracia de comprender el misterio de la Cruz y entender el por qué ella es esencial al cristianismo.

Me atrevería a decir que los cristianos en una parte importante nos distinguimos de otras religiones y de los no creyentes en nuestra actitud ante la Cruz. Mientras el sentido común nos dice que la vida es para “pasarlo bien” y ser lo más feliz posible, el cristianismo nos dice que la vida es para entregarla hasta su última gota, como Jesús lo hace en la Cruz.

Es decir, el cristianismo tiene esa extraña paradoja de que la plenitud de vida y la realización humana sólo es alcanzada abrazando la Cruz, es decir, entregándonos a los demás o como diría el Padre Hurtado, dándonos hasta que duela.

Sólo cuando comprendemos que el sentido de la vida no está en cuántos momentos agradables tenemos o en cuán “bien” nos sentimos sino en entregarnos por completo a los demás y al Señor, comenzamos recién a transformarnos en verdaderos discípulos de Jesús.

Creo que mientras neguemos la realidad de la Cruz y tratemos de buscar un seguimiento de Jesús que nos esquive el Viernes Santo –como quizás lo hice por mucho tiempo- no sólo nos enfrentaremos con la innegable frustración de que ello no es posible, sino que también nos privará de la posibilidad de entregarnos completamente a un seguimiento que supone que “el grano de trigo muera”. Sólo así es posible configurarnos con Cristo, morir con él en Viernes Santo y resucitar con él el Domingo de Resurrección.

Mirar a Jesús en la Cruz; tratar de compartir su dolor; pedirle al Señor que toque nuestras propias heridas y les dé un sentido; mirar al mundo y su sufrimiento donde hoy Jesús vuelve a ser crucificado; son buenas oportunidades para pedir la gracia de abrazar la Cruz como camino de seguimiento radical de Cristo.

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