Tuesday, June 14, 2005

Esos pequeños saltos de fe...


La espiritualidad esta llena de paradojas. Una de ellas es la relación entre nuestro buscar y nuestro conocer a Dios. Muchas personas no sienten a Dios ni les llama la atención todo lo que puede tener que ver con su palabra y con su vida. Uno quisiera decirles que se pierden mucho… pero ¿cómo mostrarle a Dios a quien no está abierto a su palabra? Pero al mismo tiempo ¿cómo alguien se abrirá a la palabra de Dios si no lo conoce?

Cuando estamos cerca de Dios nos parece que todo tiene tanto sentido. Cuando nos alejamos su palabra nos parece distante e insignificante. El problema es dar el paso desde esos momentos de incredulidad, de lejanía a los momentos en que sentimos cerca al Señor. Ese paso es difícil, pues supone casi un salto en la fe desde aquello que no sentimos a aquello que nos puede dar paz y confortar. Dios no irrumpe en nuestra vida sin que le demos un pequeño espacio… pero ¿cómo abrirle el corazón si no lo sentimos?

Ahí pasa a ser muy importante la dirección y el consejo espiritual. Que alguien nos recuerde la paz y la alegría que significa seguir al Señor pasa ser fundamental. Necesitamos un empujoncito para volver a entrar en su órbita y sentir su atracción… pero ese paso es imposible sin el concurso de nuestra voluntad.

Monday, March 28, 2005

El consumo y nuestro compromiso con los pobres

Sebastian Kaufmann Salinas

Publicado en Revista Mensaje Junio 2005

En el último tiempo, se ha generado una interesante discusión a propósito del tema de la igualdad. Se trata de un tema particularmente sensible e importante para los cristianos. Nuestros obispos nos han mostrado una vez más que el Evangelio debe traducirse en un compromiso ineludible con los más pobres y con la justicia social. Este importante mensaje, me parece que no siempre se encarna en nuestra vida cotidiana. Para muchos cristianos el nivel de gasto y de consumo simplemente no tiene ninguna implicancia y relación directa con el Evangelio. No obstante, se nos olvida que así como existe una manera cristiana de vivir la sexualidad, la vida interior, las relaciones humanas, también existe una manera cristiana de consumir. El problema es simple: los recursos son limitados y por lo tanto cómo y cuanto consumimos afecta directamente la vida de los pobres.
El tema parece molesto e inoportuno, pues afecta directamente nuestro estilo de vida. Como el joven rico del Evangelio, sentimos que es fácil desprendernos de muchas cosas, menos el bajar nuestro nivel de vida. Incluso damos razones económicas, como por ejemplo, algunos argumentan que mientras más gastamos, la economía crece y ello trae bienestar para todos. Más allá de nuestros autoengaños y evasivas, el Evangelio esta ahí, con toda su verdad, recordándonos en numerosos pasajes que Jesús toma partido radicalmente por el que sufre y urge a sus seguidores a hacer lo mismo. Nuestro nivel de consumo no es ni moral ni cristianamente neutro. La pregunta, ¿qué haría Cristo en mi lugar?, también se aplica a cómo Cristo gastaría mi dinero. El rostro concreto de miles cuyo dolor se podría aliviar si compartiéramos más de lo que tenemos, son un constante cuestionamiento a nuestro estilo de vida.
Donde esté tu tesoro, ahí estará tu corazón
Para un cristiano, el problema del estilo de vida es ante todo un problema espiritual. Tiene que ver con “dónde está nuestro tesoro y corazón”, es decir, con la manera en que llenamos nuestras vidas y en quién ponemos los afectos. Es un hecho innegable y casi un lugar común afirmar que los chilenos nos hemos materializado. El aumento y la calidad de los bienes disponibles a un bajo precio nos han seducido. La complejidad del problema es que a través de los bienes de consumo buscamos satisfacer una serie de necesidades que no siempre aparecen evidentes. Por sólo mencionar algunas, podemos enumerar las siguientes:
1. La necesidad de status: El status tiene que ver con el lugar que ocupamos en la sociedad y la manera en que nos sentimos apreciados y reconocidos por los demás. En nuestras sociedades el status está muy relacionado con nuestro nivel de consumo. Si queremos participar de un cierto círculo social y ser apreciado en él, tenemos que tener a nuestros hijos en determinados colegios, frecuentar ciertos restaurantes, veranear en algunos lugares y no en otros, vestir de cierta manera, vivir en específicos sectores de la ciudad, acceder a ciertos “bienes culturales”, tales como la ópera, la televisión por cable, ciertos libros, etc. El problema es que todos estos bienes tienen un costo económico directo y mientras más alto es el nivel de consumo de nuestro grupo de referencia, más fuerte es la presión para estar acorde con ese nivel de gasto para no quedar fuera de nuestro “círculo social”. Un ejemplo trivial: Si en el tiempo del colegio bastaba con juntarnos en una casa y comer hamburguesas, ahora, siendo la mayoría profesionales, quizás iremos a restaurantes que fácilmente pueden costar para una pareja el equivalente a la mitad del sueldo mínimo.
2. La compensación de otras carencias: Es conocido el hecho de que mucha gente al enfrentarse con crisis existenciales o emocionales, consume numerosos bienes para “sentirse mejor”. Mientras más vacías estén nuestras vidas, pobres nuestras relaciones humanas o vida espiritual, la necesidad de compensar esas carencias a través de aparatos electrónicos, viajes, ropa, productos de belleza, etc., será más fuerte. Los bienes nos pueden entretener, distraer, “llenar” y así hacernos olvidar o hacer más llevadera las frustraciones que experimentamos en otras dimensiones de nuestra vida.
3. La presión familiar: Uno de los argumentos más recurrentes que se suelen usar a la hora de justificar cierto nivel de vida, es que “queremos darle lo mejor a nuestra familia”. Conocida es la confusión del afecto con las cosas y muchas veces creemos que la manera de expresar nuestro amor pasa por dar “lo mejor” a quienes nos rodean. También recibimos la presión por parte de los hijos o de nuestra pareja. No es fácil resistirse a ello, sobre todo si existe la posibilidad de acceder a los bienes que nos reclaman o que sentimos que debiéramos adquirir para quienes queremos. Simplemente es importante recordar que darles lo mejor a quienes nos rodean no tiene una equivalencia absoluta con un alto nivel de consumo y que la preocupación por el bienestar de nuestra familia no nos excusa de nuestros deberes sociales.
4. El espejismo del éxito: En nuestra sociedad cada día es más fuerte la identificación entre éxito y nivel de vida. Un nivel alto de consumo (colegios caros, barrios exclusivos, viajes extraordinarios, casa en otros lugares), se supone que es sinónimo de un alto nivel de ingreso, lo que a su vez es interpretado como signo de éxito profesional y personal. La distorsión de este enfoque es evidente. Desde una perspectiva cristiana, el éxito se mide por el servicio y la entrega y no necesariamente porque el mercado valore mi trabajo.
Por estas complejas razones, bajar el nivel de consumo muchas veces supone ir a la causa de nuestros apegos, lo que no siempre estamos dispuestos hacer o de los cuales no estamos completamente conscientes.
Muy relacionado con lo anterior, el otro problema que enfrentamos a la hora de intentar bajar nuestro nivel de consumo tiene que ver con dónde ponemos nuestra confianza. En medio de una sociedad tan secularizada donde todas las expectativas están puestas en los “medios humanos”, no es fácil poner nuestra confianza en Dios. En parte gracias a los avances tecnológicos y a la mejoría en el nivel vida tenemos la ilusión de que tomando los adecuados resguardos nos “aseguraremos” una existencia sin grandes sobresaltos (al menos económicos).
Bajo esa lógica, todo tipo de recursos debieran ser destinados sino a un consumo directo, a algún tipo de ahorro, previsión o seguro, que no es más que un consumo diferido. Siendo la vulnerabilidad humana infinita, también son infinitos los resguardos que podemos tomar. La falacia que está detrás de esta lógica es conocida. Podemos tomar todo tipo de resguardos pero eso no nos libra de estar expuestos a nuestros peores temores, especialmente no escapamos a lo que inconscientemente tratamos de evitar a toda costa: la muerte. El evangelio, por su parte, nos invita en numerosos pasajes a poner nuestra confianza en Dios y a no tomar excesivos resguardos, pues nuestra esperanza y auxilio está en el Señor.
Más allá de la austeridad: La conversión del corazón
La consecuencia directa de un estilo de vida que cuenta con un alto de nivel de consumo y que pone toda la confianza en las seguridades y previsiones que ofrece el mercado, es un endurecimiento de nuestro corazón y una incapacidad de compartir nuestro pan con el hambriento. Como podemos ver, el desafío es inmenso y va más allá de la virtud de la austeridad. La austeridad es una virtud personal que no necesariamente tiene en vista y en consideración a los más pobres. Creo que el desafío es mucho mayor y tiene que ver con una solidaridad efectiva y una conversión radical en nuestro estilo de vida.
Sólo si nos hacemos profundamente conscientes y solidarios con quienes no tienen y sufren y ponemos nuestra confianza en Dios, seremos capaces de hacer cambios de fondo en nuestro estilo de vida. Creo que en un tiempo donde echamos de menos grandes desafíos, aquí tenemos un reto mayor, una invitación profunda a la conversión personal y social. Sin embargo, esta conversión no puede estar animada por nuestras culpas o ser un mero acto de la voluntad. Tiene que nacer de un amor personal a Jesucristo y un deseo de “más afectarnos” con su estilo de vida, sus opciones y su misión. Sólo así, puede ser una opción que se viva con valentía y alegría.
Creo que aquí el lugar de la comunidad es fundamental. Obviamente optar por una vida más sencilla y solidaria en soledad es difícil. Sin embargo, en la medida que es parte de un desafío que involucra a muchos otros que van tomando la misma opción, nos podemos sentir animados y desafiados con el testimonio de los demás. Aquí la imaginación tiene un lugar importante (por ejemplo, para aprender a pasarlo bien gastando menos o para “traducir” nuestros sacrificios y renuncias en ayuda concreta).
Finalmente, creo que una condición necesaria para este cambio en nuestras vidas es un contacto directo (“efectivo y afectivo”) con quienes sufren. Una opción “abstracta” por los pobres difícilmente nos moverá el corazón ni nos ayudará a tomar decisiones difíciles que toquen nuestro estilo de vida. En cambio, en la medida que puedo sentir y experimentar que una vida más sencilla y desapegada significa mayor bienestar y alegría para los demás, mis opciones se llenan de sentido al tener rostros concretos que me interpelan y me invitan a perseverar.

Friday, March 25, 2005

El cristiano y la cruz - Reflexiones sobre Viernes Santo

Sebastian Kaufmann Salinas - Publicado en la revista http://www.laicosignacianos.cl

Por mucho tiempo el Viernes Santo me ha producido incomodidad. No sólo litúrgicamente, sino también espiritualmente cuando he hecho los Ejercicios Espirituales. Siempre he querido pasar “rapidito” la Tercera Semana y nunca perder de vista que si bien el Señor sufrió y murió en la Cruz, al tercer día resucitó de entre los muertos. Sin embargo, con el tiempo me he dado cuenta que la Cruz es algo más que un “accidente” de la vida de Jesús y que si no comprendemos con hondura el sentido de la Cruz nos estaremos perdiendo algo esencial del cristianismo.

¿Por qué nos cuesta tanto aceptar el misterio de la Cruz? Creo en primer lugar porque el Señor nos ha tomado el corazón y la vida a muchos de nosotros desde “otro” lugar. Al menos a mí, el Cristo que me entusiasmó y me cambió la vida es el Cristo de la acción y de la vida, aquél que dice “he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”, aquél que anuncia “yo soy la vid verdadera y ustedes los sarmientos” o aquél que es la fuente de donde mana el agua con la cual uno no vuelve a tener sed.

Creo que muchos hemos llegado así al Señor. Los mismos discípulos se vieron tocados por Jesús a partir de la pesca milagrosa, de alguna sanación, de la multiplicación de los panes, etc. Es decir, reconocieron en él al Señor de la Vida y creo que no estuvieron equivocados.

Sin embargo, Jesús desde temprano se encargó de mostrarles que él, el Señor de la Vida, pedía un seguimiento que pasaba por la Cruz. Por supuesto esto nada gustó a muchos de sus seguidores. No en vano tuvo que decir “feliz el que no se escandaliza de mis palabras” o tuvo que preguntarles a sus apóstoles si acaso “ustedes también me van a abandonar”, cuando a partir de su molesta insistencia en que el Hijo del Hombre sufrirá y será entregado, muchos se apartaban de él. San Pablo recoge esta misma actitud que despierta la Cruz cuando señala que ella es escándalo para los judíos y locura para los gentiles.

Me tardó un buen tiempo el darme cuenta que el camino de Jesús pasa necesariamente por la Cruz. Recuerdo en mis meses de noviciado que el maestro de novicios nos repetía con insistencia que la vida es dura y “dura” toda la vida. Me parecía un pensamiento un tanto amargo y decepcionante, pero como Jesús con sus discípulos, él quería desde un principio hablar claro y prepararnos para lo que vendría.

Después de muchos años, ya como laico, ahora en la soledad de Wisconsin haciendo mis estudios de postgrado, creo que se me ha dado algo de la gracia de comprender el misterio de la Cruz y entender el por qué ella es esencial al cristianismo.

Me atrevería a decir que los cristianos en una parte importante nos distinguimos de otras religiones y de los no creyentes en nuestra actitud ante la Cruz. Mientras el sentido común nos dice que la vida es para “pasarlo bien” y ser lo más feliz posible, el cristianismo nos dice que la vida es para entregarla hasta su última gota, como Jesús lo hace en la Cruz.

Es decir, el cristianismo tiene esa extraña paradoja de que la plenitud de vida y la realización humana sólo es alcanzada abrazando la Cruz, es decir, entregándonos a los demás o como diría el Padre Hurtado, dándonos hasta que duela.

Sólo cuando comprendemos que el sentido de la vida no está en cuántos momentos agradables tenemos o en cuán “bien” nos sentimos sino en entregarnos por completo a los demás y al Señor, comenzamos recién a transformarnos en verdaderos discípulos de Jesús.

Creo que mientras neguemos la realidad de la Cruz y tratemos de buscar un seguimiento de Jesús que nos esquive el Viernes Santo –como quizás lo hice por mucho tiempo- no sólo nos enfrentaremos con la innegable frustración de que ello no es posible, sino que también nos privará de la posibilidad de entregarnos completamente a un seguimiento que supone que “el grano de trigo muera”. Sólo así es posible configurarnos con Cristo, morir con él en Viernes Santo y resucitar con él el Domingo de Resurrección.

Mirar a Jesús en la Cruz; tratar de compartir su dolor; pedirle al Señor que toque nuestras propias heridas y les dé un sentido; mirar al mundo y su sufrimiento donde hoy Jesús vuelve a ser crucificado; son buenas oportunidades para pedir la gracia de abrazar la Cruz como camino de seguimiento radical de Cristo.

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